PALABRAS DE AGRADECIMIENTO POR LA IMPOSICIÓN DE LA ORDEN SÉNECA DE UNIANDINOS A GERMÁN GARCÍA DURÁN, PRESIDENTE EJECUTIVO DE FUNDACIÓN RÍO URBANO

Queridos Uniandinos:

Antes de presentar mis agradecimientos de rigor por la generosa imposición que hoy se me hizo de la Orden Séneca, máxima distinción que otorga la Asociación de Egresados de la Universidad de los Andes a ex alumnos de nuestra venerable Alma Mater, debo hacer un breve recuento de las razones que me llevaron a estudiar en dicha universidad y lo que ha significado para mí ser uno de sus afortunados egresados y miembro activo de la respetable Asociación que los congrega.

Cuando me disponía a viajar de Cúcuta a Bogotá con mi flamante diploma de Bachiller en la mano para inscribirme en una universidad con miras a ser admitido en un programa de Ingeniería Civil, mi padre me llamó aparte y me dijo: “Acabo de hablar con un amigo en Bogotá que sabe mucho de asuntos de la educación, y él me dice que la mejor universidad del país es la Universidad de los Andes”. A pesar del cálido clima de Cúcuta, yo me quedé frío, pues debo confesar humildemente que jamás había oído hablar de esa universidad. Mis compañeros de colegio ya tenían más o menos escogidas sus universidades y yo pensaba tocar varias puertas, pero eso de “la mejor universidad del país” me quedó sonando y resolví, al llegar a Bogotá, visitar en primer lugar ese desconocido y novedoso recinto universitario enclavado en los cerros de la Capital de la República, que me acababan de recomendar.

La Universidad de los Andes tenía apenas 11 años de vida y ya muchos efectivamente la consideraban la mejor del país. Ingresé físicamente a ella por primera vez por la vetusta calle 18 con carrera 1ª A y quedé deslumbrado ante lo antigua que parecía siendo tan nueva, y la maravilla del mágico bosque que se ocultaba tras esos muros quizás centenarios, contiguos a la histórica Quinta del Libertador. Ya en su interior me enteré de los nobles ideales que impulsaron a Mario Laserna a fundar esta universidad, única en su carácter no confesional, de libre pensamiento y rígido programa académico que combinaba lo técnico con las humanidades y mantenía sólidos enlaces con prestigiosas universidades de Estados Unidos para culminar las carreras de las varias ingenierías. Quedé tan convencido, que resolví registrarme únicamente allí para los exámenes de admisión, desechando hacerlo, tal vez altaneramente, en otros centros educativos también prestigiosos, de la capital.

Luego de presentar los exámenes, que me parecieron mucho más difíciles de lo que había imaginado, pensé que había cometido un grave error, pues ya las demás universidades habían cerrado sus procesos de admisión y seguramente quedaría cesante por muchos meses mientras encontraba otra universidad que me admitiera. Con marcado nerviosismo, regresé unos días después a los Andes a leer las listas de admitidos, que acababan de ser fijadas en uno de sus muros. Solamente durante la tercera lectura encontré mi nombre, que me parecía que estaba y no estaba, a pesar de que figuraba con los dos apellidos, pero no lo podía creer. El compañero de al lado me dio seguridad diciendo: tranquilo, tranquilo, ese es usted, o ¿es que alguien más se llama también así? Entonces vino mi lógica expresión de júbilo, pero no entendí en ese momento, sino muchos años después, ratificado esto hoy con la excelsa Orden Séneca que me acaba de imponer Uniandinos, que con esta admisión como estudiante de Los Andes acababa de ganar el premio más preciado de mi vida.

En mis varios períodos en la Universidad de los Andes como estudiante, profesor de pregrado y profesor de posgrado y como simple egresado, tuve la oportunidad de entrar en contacto con altas personalidades de la política, las artes, las humanidades, las ciencias, la tecnología y la cultura en los términos más amplios. Recuerdo en particular a los rectores de mis épocas de estudiante y profesor, Jaime Samper Ortega, Ramón de Zubiría, Francisco Pizano de Brigard, Álvaro Salgado Farías, Eduardo Aldana Valdés, Hernando Gómez Otálora, Mauricio Obregón y Rafael Rivas Posada. Dos de ellos fueron también mis profesores: Ramón de Zubiría y Eduardo Aldana Valdés. Otros profesores igualmente de altísimo nivel con quienes tuve el honor de contar fueron Abelardo Forero Benavides, Andrés Holguín, Gloria Zea de Botero, Monsieur Henry Yerly, Alberto Schortbogh, Mateo Matamala, Fernando Acosta y Heberto Jiménez, entre otros. Tuve además contacto frecuente con los maestros de artes plásticas Marta Traba y Juan Antonio Roda. De todos ellos aprendí que el individuo, para tener conocimiento, debe abarcar un amplio espectro cultural, sin descuidar su propia temática.

Por recomendación del profesor Franz von Hildebrand, decano de estudiantes, para completar mis estudios de pregrado en el Programa 3-2 escogí la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos. Gran acierto. Se trata de una universidad humanística, independiente, con profundo sentido de innovación en ciencias sociales y de la economía, la arquitectura y la ingeniería. Es destacable el espíritu de superación que inspira a administradores, profesores, investigadores, estudiantes y egresados de esta universidad, muy similar al inculcado a los suyos por la Universidad de los Andes. Aunque su eslogan “Dios, Patria y Notre Dame” podría parecer confesional, se respira allí una atmósfera de total libertad de pensamiento, dentro de un rígido y demandante programa académico, a través del cual, al igual que en Los Andes, se requieren excelentes resultados para obtener el título profesional. Ese mismo espíritu combativo ha conducido a que casi desde su fundación en 1.842 por el sacerdote canadiense de origen francés de la Congregatione de la Santa Cruci, Édouard Sorin, esta universidad se haya destacado de manera excepcional no solamente en los aspectos académicos sino en los deportivos, en particular en el fútbol americano universitario, habiendo obtenido un alto número de títulos nacionales en este y otros deportes sin disminuir la pesada carga y exigencia académica a los estudiantes que los practican. “We are Number One” es otro eslogan, esta vez informal, que identifica a Notre Dame. En el mundo, y en particular en Colombia, la Universidad de Notre Dame es últimamente más conocida por su capacidad orientadora de difíciles procesos de paz, habiendo sido instrumental en el reciente proceso de esa índole que se llevó a cabo en nuestro país.

Con sobradas razones, luego de trabajar más de un año en Colombia en Ingeniería Sanitaria, escogí nuevamente a Notre Dame para hacer mis estudios de posgrado en una novedosa carrera, inexistente y desconocida en ese entonces en Colombia, la Ingeniería Ambiental, obteniendo el magister en 1967. Después de trabajar dos años como consultor en el saneamiento ambiental de la Bahía de Nueva York y en otros proyectos, por recomendación de mi querido exprofesor y amigo Eduardo Aldana Valdés, con quien me reuní en Boston cuando él adelantaba sus estudios de doctorado en M.I.T., hice solicitud de admisión esta vez al profesorado de la Universidad de los Andes, y al ser admitido regresé a Colombia a desempeñar la honrosa responsabilidad de ser profesor en mi amada Alma Mater.

Durante seis años desempeñé ese cargo. Con el apoyo del Decano de Ingeniería, Carlos Amaya Puerto, introduje a esta universidad y al país la Ingeniería Ambiental a partir de enero de 1970, hace casi 50 años, con dos cursos, uno sobre la problemática ambiental mundial, sus orígenes y posibles soluciones, abierto a todo el estudiantado como electiva, y otro de corte más técnico, ofrecido a los estudiantes de Ingeniería Civil. Con el Decano discutí el nombre que debía tener este nuevo campo académico. Si la Real Academia Española de la Lengua hubiera ya decidido en ese entonces, como lo hizo recientemente, que medioambiente es una sola palabra, a la cual le dio apropiada definición, seguramente habríamos denominado este campo “Ingeniería Medioambiental”, pero este término no existía y luego de amplia reflexión denominamos esta área de la ingeniería como Ingeniería Ambiental, y así se quedó, y se expandió a otras universidades, que no puedo demostrar nos imitaron, pero en todo caso iniciaron también, después de unos años, programas de ingeniería ambiental, administrados luego por departamentos e incluso facultades, tomando posteriormente en la Universidad de los Andes la forma de un Departamento reformado de Ingeniería Civil, renombrado como Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental, que maneja estos dos programas.

Como profesor de mi universidad, organicé el “Primer Foro Nacional sobre el Medio Ambiente” en 1971, que realmente fue el primero de estos eventos en el país, congregando a más de un centenar de participantes de Colombia y algunos del exterior, y cuyo texto, publicado por la Universidad de los Andes en esa época, es hoy un verdadero incunable. Es de resaltar que este evento singular antecedió en casi un año al primer congreso internacional sobre este tema, la “Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano”, reunida en Estocolmo, Suecia, en 1972.

Lo demás es historia. La consultoría me alejó parcialmente de la práctica académica, fui Presidente de la Sociedad Colombiana de Ecología, después gerente general del Instituto de los Recursos Naturales Renovables y del Medio Ambiente (Inderena), el cual fue elevado más tarde a la categoría de Ministerio del Medio Ambiente. Posteriormente, por decisión del gobierno nacional, fui trasladado a Nairobi, Kenia, por cerca de once años como Embajador ante ese país, que es epicentro de la ecología en el mundo, y como Representante Permanente de Colombia ante los Programas de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y los Conglomerados Urbanos (ONU-HÁBITAT), siendo estos los únicos programas de Naciones Unidas, a nivel mundial, que tienen su sede principal en un país en desarrollo, como lo es Kenia. En tal capacidad, fui también embajador no residente ante Tanzania y Etiopía, presidí durante largo tiempo el Grupo de los 77, que congrega a los países en desarrollo, y presidí también el Consejo de Administración de ONU-HÁBITAT y el Comité Preparatorio y Comité Plenario de la Conferencia Mundial “Estambul + 5” reunida en Nueva York en 2001. Fui además presidente de las delegaciones colombianas en las cruciales negociaciones de los convenios intergubernamentales relacionados con la capa de ozono, el cambio climático, la biodiversidad, el transporte interfronterizo de sustancias peligrosas y la desertización, entre otros.

Desde mi regreso, he dedicado estos últimos dieciséis años de mi vida en gran medida a Uniandinos, sin descuidar la consultoría, que todavía practico como Presidente de la Fundación Río Urbano. A la Asociación de Egresados de la Universidad de los Andes estoy vinculado de tiempo atrás, pero desde mi regreso al país, en 2003, he sido su soldado raso, al cual sus compañeros le han puesto charreteras, pues son ellos quienes me han hecho miembro de juntas directivas de capítulos, vicepresidente o presidente de las mismas, miembro de la Junta Directiva Nacional, Vicepresidente de Capítulos en dicha Junta y miembro de numerosos comités técnicos y administrativos, y han enaltecido con su presencia y colaboración los numerosos eventos de ingeniería civil y ambiental que he tenido oportunidad de organizar en la Asociación. Esta noche, memorable para mí, son ellos quienes me han otorgado el honor más grande de mi vida, la Orden Séneca por servicios a Uniandinos, la Universidad de los Andes y la sociedad en general. Agradezco en el alma al Capítulo de Ingenieros Civiles y Ambientales por haberme postulado sin yo haber mostrado intención, y aclaro que en la Junta Directiva del Capítulo deposité mi voto por otro uniandino que considero muy destacado y merecedor de este reconocimiento. También agradezco a la Junta Directiva Nacional de Uniandinos y en particular a su Presidente, ingeniero Jaime Augusto Santos Suárez, que hubieran escogido mi nombre, que figuraba al lado de nueve candidatos de grandes méritos, para recibir este altísimo honor. Igualmente agradezco a mi esposa, mi compañera de toda la vida Margarita González González, su apoyo constante y haber aguantado durante tantos años mis ausencias motivadas por tantas reuniones, viajes, conferencias y otras responsabilidades. Finalmente agradezco a toda la comunidad uniandina, desde el Rector de la Universidad de los Andes, ingeniero Alejandro Gaviria Uribe, los directivos y profesorado de la universidad, sus estudiantes y administradores y los miembros de la Asociación de Egresados de la Universidad de los Andes, Uniandinos todos ellos, por haberse esforzado para impulsar y mantener las altas calidades que caracterizan a nuestra universidad, reconocida como la mejor de Colombia y una de las mejores de Latinoamérica y el mundo.

Mi compromiso en adelante es seguir sirviendo por el resto de mis días, dentro de mis humanas limitaciones, a mi Asociación de Egresados -Uniandinos-, a mi Universidad de los Andes y desde luego, a mi país y sociedad en general.

Muchas gracias.

GERMÁN GARCÍA DURÁN

Paipa, XXX Congreso Nacional Uniandino, 24-26 de octubre de 2019.